Los lieder de Schubert

09 enero 2006

Artículo de Eugenio Trías en "El Cultural"



Una edición entera de los Lieder de Franz Schubert, en edición bilingüe, es una noticia maravillosa para aficionados a la música y a la poesía, o a la sabia conjunción de una y otra. Nadie como Schubert logró esa proeza, de manera que poemas de los mejores poetas de su tiempo, algunos magníficos, como Schiller, Goethe, Walter Scott, Heine), otros menos singulares, proporcionasen materia a la más intensa y extensa conjunción de poesía y música que haya podido darse.

Así comienza el artículo firmado por Eugenio Trías y publicado esta semana en "El Cultural" (suplemento del diario El Mundo).

El resto del artículo es el siguiente:

Desde Margarita en la rueca, o El rey de los alisios hasta las canciones de Heinrich Heine incluídas en la colección póstuma llamada Canto del cisne, podemos ahora por fin disfrutar de una edición cuidada, con buenas traducciones, de toda esa ingente producción que llevó a cabo uno de los más grandes músicos de todos los tiempos, y que tuvo el dudoso honor de ser el de vida más breve (treinta y un años).
Sobre el poema de Wilhelm Müller, Viaje de invierno, al que Schubert puso música, existía ya, en tiempos recientes, una excelente edición bilingüe, alemán-español, con traducción de Andrés Neuman, publicado en Acantilado. Pero ahora podemos disponer de la obra completa de este compositor en el terreno de la canción, que es el que cultivó de forma ininterrumpida, dejando sus canciones esparcidas por el suelo de su bohemio habitáculo para desesperación del círculo de amigos fieles que cuidaban y protegían su extraordinaria capacidad creadora. Ésta alcanzó niveles insignes sobre todo en los últimos años, en los que la muerte, la desolación y el extravío planean por todas sus obras. También por sus últimas canciones. Especialmente en Viaje de invierno.
El Wanderer, viajero sin rumbo, es el cantor de ese ciclo de canciones. Aparece allí perdido en su deambular sin ton ni son a través del paisaje helado, acompañado de un cortejo espectral que el texto de Wilhelm Müller destaca con verdadero acierto: veletas sin dirección, fuegos fatuos, soles de espejismo, postes indicadores de caminos que no llevan a ninguna parte, alevosos cuervos de mal presagio, lágrimas que se congelan, y un mísero organillero que interrumpe su deambular descalzo por el paisaje helado según el ritmo absurdo, en su mecánica obviedad, de su atávico instrumento. Todo se orienta hacia un final catastrófico que, sin embargo, queda finalmente suspendido, en una final ruina del sentido.
La muerte incuba sus huevos de perdición sobre rutas y caminos. Puede ser apacible. No viene a juzgar ni a castigar. Puede incluso ser querida y deseada por el grupo de condenados al Tártaro, sólo que Saturno ha roto su anillo, y la palabra Eternidad, enfatizada, ha dictado sentencia. Así en la canción con letra de F. Schiller Grupo desde el Tártaro, el postillón (en la canción con letra de J. W. Goethe El cuñado Cronos) conduce la diligencia de la vida hacia el Orco, o hasta las puertas del Hades. Dentro de la diligencia vamos viajando. Contemplamos, de este modo, el variado paisaje de la vida. El postillón se llama Cronos, Dios del Tiempo (y del Destino). Nos conduce a altas cumbres, y tras aspirar los aires de eternidad olímpica que en ellas se esparcen, volvemos a la diligencia, que inicia la bajada por la falda de la montaña, hasta repostar en alguna taberna que ya nos prepara para el viaje de vuelta, o el declinar de nuestra vida en el crepúsculo. Nos conduce hacia el tramo final, hasta las inmediaciones del Erebo. Suplicamos benevolencia a esas potencias infernales que presentimos. Que sean benéficas. Que no nos dañen ni castiguen. Nos acercamos a las puertas del Hades, próximo ya el río Cocito, con el barquero Caronte apostado para el tránsito final, cerca ya de la laguna Estigia.
He aquí algunos apuntes que la visita de las mejores canciones de Schubert, ahora bien dispuestas en edición bilingüe, puede suscitarnos.